20180204

Elecciones y prosperidad

Santa Rosa de Oreamuno, Cartago, Costa Rica


De niño mi tata me contaba el cuento de una colonia de conejos que vivía en el bosque. Un buen día, uno de ellos alertó al resto que se aproximaba una jauría de perros. Casi de inmediato, un segundo conejo gritó: – “¡son labradores!”, y de seguido otro lo contradijo: – “¡no, son pastores alemanes!”

– “¡Labradores!”

– “¡Pastores!”

Y así, la alerta se tornó en discusión, y la discusión en reyerta, y la reyerta en circo. Al final, los perros llegaron, se comieron a los conejos y acabó el circo.

Esta parábola me acompaña siempre, sobre todo cuando percibo grupos u organizaciones con incapacidad crónica para tomar decisiones colectivas.

Hacía más de un año que no me metía a Facebook por un período prolongado a fisgonear las vidas de los demás. Me parecía cansado, tóxico y un ineficiente uso de mi tiempo, y quería tener unos meses finales de embarazo y llegada de bebé en armonía. Pero ayer saqué un par de horas para ver qué se decía sobre las elecciones nacionales. Fue tan fuerte el impacto y la exposición a tanta violencia que casi me tumba.

Hoy amanecí con renovadas ganas de usar toda aquella energía negativa de alguna manera constructiva. Luego recordé la máxima de paz de que la violencia engendra violencia y supe que tenía que romper la espiral viciosa y tratar de revertirla en mí, en los que me rodean y en todos aquellos que pueda alcanzar cuando aún haya tiempo.

De los distintos tipos de violencia que existen hay uno del que se habla poco y es la violencia estructural. Se refiere a un sistema donde existen componentes violentos que afectan a la colectividad. Creo que en lo que llevamos de este siglo XXI el aumento paulatino en el congestionamiento vial nos ha violentado la calidad de vida a todos en el Gran Área Metropolitana. Nadie está exento y muchos nos sentimos víctimas sin lograr encontrar al culpable ni al héroe que nos defienda.

La presa no es la única forma de violencia estructural: la pobreza crónica, la desigualdad creciente y la información intimidante también son fuentes de violencia. Eso nos ha cargado de energía negativa durante un par de décadas, digamos, una generación. Los adultos jóvenes de hoy nacieron en esta Costa Rica violenta, desconocida para los que éramos adultos jóvenes una generación atrás. Si no contenemos y transformamos esa violencia dentro de nosotros mismos, engendrará nueva violencia que transmitiremos de alguna manera a otros. De eso hay ejemplos incontables: agresiones físicas y emocionales a familiares, colaboradores y extraños, ira al conducir y sus múltiples repercusiones y, por lo visto, dada la oportunidad de verbalizar el malestar, las redes sociales son la hoguera donde lanzamos palabras violentas que, como combustible, sólo engendrarán en otros más y nuevas formas de violencia.

De todo lo leído ayer puedo ver múltiples actitudes destructivas para nuestro sentido de comunidad: odio por el adversario, discriminación de múltiples minorías, irrespeto por las diferencias, arrogancia de creernos en lo correcto, e insensibilidad por el Otro.

Me resultó difícil reconocer a los chiquillos con los que compartí infancia entre risas, camaradería y aceptación el uno del otro. Todo lo que nos diferenciaba era fuente de riqueza para el grupo y de motivación para mi propia superación personal. Sentí pena al leer a mis amigos de la juventud con quienes me formé como ciudadano. Sentí temor al leer de algunos colegas y profesionales de otros ramos cosas que jamás me atrevería a decir, mucho menos por escrito, sobre otros compatriotas. Mis amigos han influido determinantemente en ser quien soy, así que más que desconsolarme, hoy dediqué las dos horas mientras me trasladaba de mi lugar de residencia al recinto electoral donde me toca ejercer la obligación cívica de votar, a verle lo bueno a lo malo, el yin del yang del asunto.

Algo positivo es que aquellas actitudes todavía no han condicionado los comportamientos. Esto es importante porque así es como detonan las guerras: cuando las actitudes se derraman y contaminan el comportamiento de una masa crítica de gente. También es positivo que, al ser actitudes, cada uno de nosotros tiene el poder absoluto para decidir cambiar cada una de ellas en cada momento. Así inicia la edificación de la paz. Voy un poco más allá: puedo en cualquier momento adoptar la actitud de la felicidad y sentirme feliz, pero eso no cambia el mundo sino mi percepción del mismo. Si, en lugar de felicidad adoptamos una actitud de prosperidad, nos dispondremos a mejorar las condiciones que también impactarán a los demás, ahora y en el futuro. Concibo la prosperidad como una actitud colectiva de optimismo. Como toda actitud, la podemos asumir a partir de este instante y esparcir emociones, ideas, palabras y energía que construyan el bienestar colectivo. Si este crece, habrá abundancia para que todos estemos mucho mejor. Es agrandar el pastel y que cada uno pueda llevarse una tajada mayor a la que se llevaría hoy. Los escépticos dirán que esto es una utopía o una idea socialista trasnochada, pero tres años viviendo en Japón me permitieron convencerme de que es posible y entender un poco por dónde se empieza.

Esta es una oportuna ocasión para que interrumpamos el teatro de la violencia del que somos jueces, partes, testigos y víctimas. El lunes no debe ser un día de resaca electoral, porque los problemas más críticos y apremiantes para la nación costarricense continuarán ahí al amanecer, durante el almuerzo y al anochecer. Aún si hubiera segunda ronda, la suerte de la Asamblea Legislativa para los próximos cuatro años ya habrá sido echada y los 57 diputados que asumirán el próximo 1 de mayo habrán quedado electos. La dispersión del voto podría significar que para tener una mayoría simple de 29 diputados podría requerirse la confluencia de los cuatro bloques más grandes del Congreso. Quiere decir que las actitudes y comportamientos necesarios deberían parecerse más a como operan los congresistas en regímenes parlamentarios, donde todos los gobiernos requieren de amplias coaliciones de fracciones parlamentarias para gobernar.

En nuestro sistema, el sentimiento el día después de la elección es que uno ganó y los demás perdieron. En sistemas parlamentarios, más bien, un partido recibe la responsabilidad de forjar una coalición y entre todos inician la búsqueda de acuerdos negociados que generen la confianza suficiente para gobernar.

Si lográramos en las próximas semanas una coalición legislativa entre las cuatro fuerzas principales para atender los tres problemas más graves del país, nada impide que seamos eficaces tomando decisiones y poniéndonos de acuerdo para atender los restantes veinte problemas urgentes para construir una Costa más Rica que la actual. Jamás olvidemos que una de las gestas políticas más valiosas de nuestra Patria y de nuestra historia se gestó hace 75 años por la coalición que se forjó entre el gobierno, la iglesia católica y el partido comunista para crear las garantías sociales de seguridad universal, una innovación de política pública que muchos países hoy en día ni sueñan con tener.


De esta histórica elección presidencial de 2018 pueden salir cosas buenas y malas. Elijamos las buenas. Construyamos las buenas. Reproduzcamos las buenas. Cada uno desde su ubicación en la sociedad tiene plena potestad para hacerlo. Yo haré lo propio y el lunes volveré tempranito al trabajo a seguirle dedicando mi vida al mejoramiento del Estado en procura de la prosperidad para la nación costarricense.