Santa Rosa de Oreamuno, Cartago, Costa Rica |
De niño mi tata me contaba el cuento de una colonia de conejos que vivía en el bosque. Un buen día, uno de ellos alertó al resto que se aproximaba una jauría de perros. Casi de inmediato, un segundo conejo gritó: – “¡son labradores!”, y de seguido otro lo contradijo: – “¡no, son pastores alemanes!”
– “¡Labradores!”
– “¡Pastores!”
Y así, la alerta se tornó en
discusión, y la discusión en reyerta, y la reyerta en circo. Al final, los
perros llegaron, se comieron a los conejos y acabó el circo.
Esta parábola me acompaña
siempre, sobre todo cuando percibo grupos u organizaciones con incapacidad
crónica para tomar decisiones colectivas.
Hacía más de un año que no me
metía a Facebook por un período prolongado a fisgonear las vidas de los demás.
Me parecía cansado, tóxico y un ineficiente uso de mi tiempo, y quería tener
unos meses finales de embarazo y llegada de bebé en armonía. Pero ayer saqué un
par de horas para ver qué se decía sobre las elecciones nacionales. Fue tan
fuerte el impacto y la exposición a tanta violencia que casi me tumba.
Hoy amanecí con renovadas ganas
de usar toda aquella energía negativa de alguna manera constructiva. Luego
recordé la máxima de paz de que la violencia engendra violencia y supe que
tenía que romper la espiral viciosa y tratar de revertirla en mí, en los que me
rodean y en todos aquellos que pueda alcanzar cuando aún haya tiempo.
De los distintos tipos de
violencia que existen hay uno del que se habla poco y es la violencia
estructural. Se refiere a un sistema donde existen componentes violentos que
afectan a la colectividad. Creo que en lo que llevamos de este siglo XXI el
aumento paulatino en el congestionamiento vial nos ha violentado la calidad de
vida a todos en el Gran Área Metropolitana. Nadie está exento y muchos nos
sentimos víctimas sin lograr encontrar al culpable ni al héroe que nos
defienda.
La presa no es la única forma de
violencia estructural: la pobreza crónica, la desigualdad creciente y la
información intimidante también son fuentes de violencia. Eso nos ha cargado de
energía negativa durante un par de décadas, digamos, una generación. Los
adultos jóvenes de hoy nacieron en esta Costa Rica violenta, desconocida para
los que éramos adultos jóvenes una generación atrás. Si no contenemos y
transformamos esa violencia dentro de nosotros mismos, engendrará nueva
violencia que transmitiremos de alguna manera a otros. De eso hay ejemplos
incontables: agresiones físicas y emocionales a familiares, colaboradores y
extraños, ira al conducir y sus múltiples repercusiones y, por lo visto, dada
la oportunidad de verbalizar el malestar, las redes sociales son la hoguera
donde lanzamos palabras violentas que, como combustible, sólo engendrarán en
otros más y nuevas formas de violencia.
De todo lo leído ayer puedo ver
múltiples actitudes destructivas para nuestro sentido de comunidad: odio por el
adversario, discriminación de múltiples minorías, irrespeto por las diferencias,
arrogancia de creernos en lo correcto, e insensibilidad por el Otro.
Me resultó difícil reconocer a
los chiquillos con los que compartí infancia entre risas, camaradería y
aceptación el uno del otro. Todo lo que nos diferenciaba era fuente de riqueza
para el grupo y de motivación para mi propia superación personal. Sentí pena al
leer a mis amigos de la juventud con quienes me formé como ciudadano. Sentí
temor al leer de algunos colegas y profesionales de otros ramos cosas que jamás
me atrevería a decir, mucho menos por escrito, sobre otros compatriotas. Mis
amigos han influido determinantemente en ser quien soy, así que más que
desconsolarme, hoy dediqué las dos horas mientras me trasladaba de mi lugar de
residencia al recinto electoral donde me toca ejercer la obligación cívica de
votar, a verle lo bueno a lo malo, el yin del yang del asunto.
Algo positivo es que aquellas
actitudes todavía no han condicionado los comportamientos. Esto es importante
porque así es como detonan las guerras: cuando las actitudes se derraman y
contaminan el comportamiento de una masa crítica de gente. También es positivo
que, al ser actitudes, cada uno de nosotros tiene el poder absoluto para
decidir cambiar cada una de ellas en cada momento. Así inicia la edificación de
la paz. Voy un poco más allá: puedo en cualquier momento adoptar la actitud de
la felicidad y sentirme feliz, pero eso no cambia el mundo sino mi percepción
del mismo. Si, en lugar de felicidad adoptamos una actitud de prosperidad, nos
dispondremos a mejorar las condiciones que también impactarán a los demás,
ahora y en el futuro. Concibo la prosperidad como una actitud colectiva de
optimismo. Como toda actitud, la podemos asumir a partir de este instante y
esparcir emociones, ideas, palabras y energía que construyan el bienestar
colectivo. Si este crece, habrá abundancia para que todos estemos mucho mejor.
Es agrandar el pastel y que cada uno pueda llevarse una tajada mayor a la que
se llevaría hoy. Los escépticos dirán que esto es una utopía o una idea
socialista trasnochada, pero tres años viviendo en Japón me permitieron
convencerme de que es posible y entender un poco por dónde se empieza.
Esta es una oportuna ocasión
para que interrumpamos el teatro de la violencia del que somos jueces, partes,
testigos y víctimas. El lunes no debe ser un día de resaca electoral, porque
los problemas más críticos y apremiantes para la nación costarricense
continuarán ahí al amanecer, durante el almuerzo y al anochecer. Aún si hubiera
segunda ronda, la suerte de la Asamblea Legislativa para los próximos cuatro
años ya habrá sido echada y los 57 diputados que asumirán el próximo 1 de mayo
habrán quedado electos. La dispersión del voto podría significar que para tener
una mayoría simple de 29 diputados podría requerirse la confluencia de los
cuatro bloques más grandes del Congreso. Quiere decir que las actitudes y
comportamientos necesarios deberían parecerse más a como operan los
congresistas en regímenes parlamentarios, donde todos los gobiernos requieren
de amplias coaliciones de fracciones parlamentarias para gobernar.
En nuestro sistema, el
sentimiento el día después de la elección es que uno ganó y los demás
perdieron. En sistemas parlamentarios, más bien, un partido recibe la
responsabilidad de forjar una coalición y entre todos inician la búsqueda de
acuerdos negociados que generen la confianza suficiente para gobernar.
Si lográramos en las próximas
semanas una coalición legislativa entre las cuatro fuerzas principales para
atender los tres problemas más graves del país, nada impide que seamos eficaces
tomando decisiones y poniéndonos de acuerdo para atender los restantes veinte
problemas urgentes para construir una Costa más Rica que la actual. Jamás
olvidemos que una de las gestas políticas más valiosas de nuestra Patria y de
nuestra historia se gestó hace 75 años por la coalición que se forjó entre el
gobierno, la iglesia católica y el partido comunista para crear las garantías
sociales de seguridad universal, una innovación de política pública que muchos
países hoy en día ni sueñan con tener.
De esta histórica elección
presidencial de 2018 pueden salir cosas buenas y malas. Elijamos las buenas.
Construyamos las buenas. Reproduzcamos las buenas. Cada uno desde su ubicación
en la sociedad tiene plena potestad para hacerlo. Yo haré lo propio y el lunes
volveré tempranito al trabajo a seguirle dedicando mi vida al mejoramiento del
Estado en procura de la prosperidad para la nación costarricense.