Me
ha embargado una profunda tristeza al ver las pautas publicitarias de un líder
político y comunicador profesional por quien guardo mucho respeto. Sus anuncios
-un “éxito” en redes sociales- han cruzado una ralla de la cual debemos retroceder.
En
nuestra cultura hay una serie de peculiares rasgos -algunos sin duda
encantadores- que denotan un bajo nivel cultural, educativo, cívico; que
delatan la indiferencia, insensibilidad y falta de empatía que caracterizan al pachuco. Más preocupante: destacan ese
mecanismo de defensa que tenemos muchos costarricenses de hacer mofa, chotear y
denigrar a otros en trueque por risa y aplauso de quienes nos rodean y a
quienes deseamos agradar con payasadas espontáneas.
Ese
nivel de pre-campaña ejemplifica la bajeza del pachuco, que, con tal de llamar la atención, ultraja y discrimina a
los cientos de miles de víctimas de abusos sexuales o violación, muchos de los
cuales han callado su trauma precisamente para no ser foco de la sorna y burla
pública.
Hay
quienes, con “autoridad de sabios”, justifican la ilustración de esta
publicidad alegando que así hablamos y nos expresamos en Costa Rica a diario.
Lo
que deberíamos analizar con absoluta seriedad es la violenta manera de
comunicación que tiene nuestro pueblo, donde es motivo de chiste y carcajada la
peyorativa distinción de un ser humano en razón de su género, identidad sexual,
rasgos congénitos, etnia y gentilicio, sea extranjero o de “afuera de la
capital”.
¡Basta
de vulgaridades! Si queremos un país verdaderamente más rico y próspero,
incluyente y justo, es obligatorio hacer campaña de altura, cualquiera que sea
nuestra ideología, causa o presupuesto.