La innovación se ha convertido
en la palabra de moda en el mundo entero, y no en vano. La invención de nuevos
productos, servicios, procesos y métodos para simplificar el quehacer humano ha
tenido una aceleración vertiginosa en la última década, creando enorme valor,
encadenamientos, empleos y riqueza. Ha sido impulsada en buena parte por la
co-creación resultante del uso de tecnologías de información y comunicación
tales como dispositivos móviles, software
y redes sociales.
Conforme más aprendemos de
nuevos emprendimientos innovadores que surgen y transforman radicalmente el
panorama de la civilización, más claro resulta que el sustrato esencial para la
innovación es la creatividad, la cual es más aguda, notoria y vigorosa en
personas que poseen mayores grados de libertad. Libertad para pensar, para
experimentar, para equivocarse; libertad de expresión, de movimiento, de credo;
libertad política y de acción ciudadana.
Todos los de mi generación
recordarán aquella frase estremecedora que pronunciara el entonces presidente
uruguayo, Julio María Sanguinetti, en el brindis que ofreció durante la cumbre
de las Américas organizada en Costa Rica en 1989: “Donde haya un costarricense,
esté donde esté, hay libertad.”
Aquel mismo año, un pequeño
grupo de costarricenses se juntaron para co-crear un innovador emprendimiento
que ha tenido reverberación y repercusión globales. Empezaron esta iniciativa
de la sociedad civil en una vieja bodega, igual a como han iniciado las grandes
corporaciones tecnológicas cuyos productos han enriquecido tanto nuestras vidas.
Y como no tenían un manual de instrucciones sobre cómo emprender esta
innovación, han venido, a lo largo de este último cuarto de siglo, avanzando y
progresando a base de prueba y error.
El pasado 12 de noviembre en
Tokio, Japón, y casi coincidiendo con la fecha de celebración de su 25
aniversario de creación, el Instituto de Biodiversidad (INBio), en conjunto con
el Dr. Daniel Janzen – quien, a la postre, es uno de sus co-fundadores – fueron
galardonados con el prestigioso premio Planeta Azul otorgado por la Fundación
Asahi Glass japonesa. Dicha distinción es considerada mundialmente como el
“premio Nobel” de medio ambiente, culminando así una centelleante carrera por
conocer, preservar y usar la biodiversidad de manera sostenible. La noticia le
dio la vuelta al mundo y ha dejado a Costa Rica entronizada para siempre en el
Olimpo de los próceres de la conservación ambiental, adalid mundial surgido en
nuestro terruño.
El INBio acumula una larguísima
lista de logros y premios que trascienden nuestras fronteras. El más importante
de todos ha sido el promover el concepto de bioalfabetización, que es el
entendimiento del lenguaje de la vida y su aplicación práctica al diario vivir,
permitiéndole a personas, organizaciones y naciones enteras optimizar la
eco-eficiencia de sus cadenas de valor. Esto da cabida a la búsqueda de
soluciones que transformen la huella ecológica del ser humano en procesos
regenerativos de ecosistemas, preservando y enriqueciendo la compleja red de
especies que sustenta la vida en el planeta.
He asumido la bioalfabetización
que aprendí del INBio como una forma de vida, pues en cada paso del camino existe
biodiversidad y la posibilidad de analizarla y buscar la manera de preservarla,
enriquecerla, y usarla sosteniblemente. Se ha convertido en una herramienta que
merece ser divulgada. Gracias al apoyo de instituciones tan connotadas como
UNESCO, se ha logrado posicionar la bioalfabetización en el sistema de
educación pública de Vietnam. A partir del año 2015, dos millones de maestros
de escuelas públicas enseñarán bioalfabetización a 22 millones de escolares
vietnamitas. ¡Anhelo con vehemencia el día que hagamos lo mismo en Costa Rica!
Si bien es imposible medir y
cuantificar el impacto de este y muchos de los logros que ha tenido INBio en
sus 25 años de historia, es evidente que estos esfuerzos están cargados de
virtud y son parte del liderazgo global hecho en Costa Rica, tan urgente y
necesario en múltiples conversaciones alrededor del mundo, donde se discute el
futuro de la vida en la Tierra.
Sería lo óptimo que un nuevo grupo
de costarricenses se proponga enriquecer la obra del INBio, quizás
reinventarla, en fin, innovar otra vez. En sus próximos 25 años de vida ya no
podrá operar de la misma forma como lo hecho en el pasado, en buena parte
porque lo logrado es irrepetible, sobre todo sus descubrimientos,
encadenamientos y premios internacionales. Aún así, lo que INBio hace a nombre
de todos los costarricenses desde el siglo pasado es hoy más urgente y
relevante que nunca y debe continuar, no ya por sus fundadores, sino por una
nueva generación comprometida, bioalfabeta, que ejerza ese liderazgo global con
la misma audacia con la que sus fundadores emprendieron décadas atrás. Y es
que, si no lo hacemos nosotros, entonces ¿quién? Y si no lo hacemos ahora,
entonces ¿cuándo?