20141128

INBio: Emprender para un Planeta Azul


La innovación se ha convertido en la palabra de moda en el mundo entero, y no en vano. La invención de nuevos productos, servicios, procesos y métodos para simplificar el quehacer humano ha tenido una aceleración vertiginosa en la última década, creando enorme valor, encadenamientos, empleos y riqueza. Ha sido impulsada en buena parte por la co-creación resultante del uso de tecnologías de información y comunicación tales como dispositivos móviles, software y redes sociales.

Conforme más aprendemos de nuevos emprendimientos innovadores que surgen y transforman radicalmente el panorama de la civilización, más claro resulta que el sustrato esencial para la innovación es la creatividad, la cual es más aguda, notoria y vigorosa en personas que poseen mayores grados de libertad. Libertad para pensar, para experimentar, para equivocarse; libertad de expresión, de movimiento, de credo; libertad política y de acción ciudadana.

Todos los de mi generación recordarán aquella frase estremecedora que pronunciara el entonces presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, en el brindis que ofreció durante la cumbre de las Américas organizada en Costa Rica en 1989: “Donde haya un costarricense, esté donde esté, hay libertad.”

Aquel mismo año, un pequeño grupo de costarricenses se juntaron para co-crear un innovador emprendimiento que ha tenido reverberación y repercusión globales. Empezaron esta iniciativa de la sociedad civil en una vieja bodega, igual a como han iniciado las grandes corporaciones tecnológicas cuyos productos han enriquecido tanto nuestras vidas. Y como no tenían un manual de instrucciones sobre cómo emprender esta innovación, han venido, a lo largo de este último cuarto de siglo, avanzando y progresando a base de prueba y error.

El pasado 12 de noviembre en Tokio, Japón, y casi coincidiendo con la fecha de celebración de su 25 aniversario de creación, el Instituto de Biodiversidad (INBio), en conjunto con el Dr. Daniel Janzen – quien, a la postre, es uno de sus co-fundadores – fueron galardonados con el prestigioso premio Planeta Azul otorgado por la Fundación Asahi Glass japonesa. Dicha distinción es considerada mundialmente como el “premio Nobel” de medio ambiente, culminando así una centelleante carrera por conocer, preservar y usar la biodiversidad de manera sostenible. La noticia le dio la vuelta al mundo y ha dejado a Costa Rica entronizada para siempre en el Olimpo de los próceres de la conservación ambiental, adalid mundial surgido en nuestro terruño.

El INBio acumula una larguísima lista de logros y premios que trascienden nuestras fronteras. El más importante de todos ha sido el promover el concepto de bioalfabetización, que es el entendimiento del lenguaje de la vida y su aplicación práctica al diario vivir, permitiéndole a personas, organizaciones y naciones enteras optimizar la eco-eficiencia de sus cadenas de valor. Esto da cabida a la búsqueda de soluciones que transformen la huella ecológica del ser humano en procesos regenerativos de ecosistemas, preservando y enriqueciendo la compleja red de especies que sustenta la vida en el planeta.

He asumido la bioalfabetización que aprendí del INBio como una forma de vida, pues en cada paso del camino existe biodiversidad y la posibilidad de analizarla y buscar la manera de preservarla, enriquecerla, y usarla sosteniblemente. Se ha convertido en una herramienta que merece ser divulgada. Gracias al apoyo de instituciones tan connotadas como UNESCO, se ha logrado posicionar la bioalfabetización en el sistema de educación pública de Vietnam. A partir del año 2015, dos millones de maestros de escuelas públicas enseñarán bioalfabetización a 22 millones de escolares vietnamitas. ¡Anhelo con vehemencia el día que hagamos lo mismo en Costa Rica!

Si bien es imposible medir y cuantificar el impacto de este y muchos de los logros que ha tenido INBio en sus 25 años de historia, es evidente que estos esfuerzos están cargados de virtud y son parte del liderazgo global hecho en Costa Rica, tan urgente y necesario en múltiples conversaciones alrededor del mundo, donde se discute el futuro de la vida en la Tierra.


Sería lo óptimo que un nuevo grupo de costarricenses se proponga enriquecer la obra del INBio, quizás reinventarla, en fin, innovar otra vez. En sus próximos 25 años de vida ya no podrá operar de la misma forma como lo hecho en el pasado, en buena parte porque lo logrado es irrepetible, sobre todo sus descubrimientos, encadenamientos y premios internacionales. Aún así, lo que INBio hace a nombre de todos los costarricenses desde el siglo pasado es hoy más urgente y relevante que nunca y debe continuar, no ya por sus fundadores, sino por una nueva generación comprometida, bioalfabeta, que ejerza ese liderazgo global con la misma audacia con la que sus fundadores emprendieron décadas atrás. Y es que, si no lo hacemos nosotros, entonces ¿quién? Y si no lo hacemos ahora, entonces ¿cuándo?