Si Costa Rica fuera un carro,
debería ir sobre ruedas. Vivimos en unas circunstancias globales en las cuales
nuestro país es líder mundial en múltiples disciplinas. Están las de siempre,
las que damos por un hecho: educación pública, obligatoria y financiada por el
Estado desde el Siglo XIX; seguridad social universal desde hace casi 75 años;
abolición del ejército militar desde hace más de 65 años.
El resultado de este interesante
experimento nacional es un país donde cada vez es más evidente la valía que
tiene su mano de obra, su habilidad de aprender, su capacidad de generar valor,
su astucia para la creatividad y la innovación. Quiero creer que es
consecuencia de los grados de libertad en los que hemos nacido y crecido varias
generaciones de costarricenses.
Hoy se nos ha invitado a iniciar
el proceso de adhesión a la Organización para la cooperación y el desarrollo
económico –OCDE– que es el club de los países con mejores prácticas en
políticas públicas. Su propósito es generar bienestar para sus ciudadanos y del
resto del mundo. Precisamente, en liderazgo global también tenemos mucho que
aportar.
En semanas anteriores se hizo
viral una publicación que decía que por tantos días produjimos nuestra electricidad
enteramente de fuentes renovables. Apenas el año pasado, 22 valientes sudaron
en las canchas de fútbol de Brasil y nos pusieron en boca de todo el planeta. Meses
atrás, el Instituto de Biodiversidad recibió el premio Planeta Azul en Japón,
considerado como el Nóbel de medio ambiente. Hace unos días, Ad Astra, un
emprendimiento de un astronauta costarricense que ha estado siete veces en el
espacio exterior (récord mundial, para quienes no lo sabían), recibió un
importante financiamiento nada menos que de la NASA para hacer operativo su
motor de plasma. Para un país de apenas 4.5 millones de habitantes, son
demasiadas noticias que le dan la vuelta al mundo en tan poco tiempo.
Sin embargo, una inmensa cantidad
de personas de diversos sectores de la población sienten que algo anda mal en
nuestro carro. Diagnósticos sobran. Incluso se le ha llegado a catalogar con
diversos nombres a esta misteriosa patología sociopolítica que nos aqueja.
¡Hasta un psiquiatra tuvimos en la silla presidencial!
En transformación de conflictos
se habla de tres niveles en los cuales el conflicto crece en espiral: las
actitudes, los comportamientos, y las incompatibilidades de objetivos.
Soy del criterio de que nuestro
principal foco de atención debe centrarse en lo primero. Hemos hecho del
sabotaje una actitud loable en la sociedad. Al que diga la cosa más grosera del
otro es a quien más se le aplaude. Antes se celebraba las victorias propias.
Hoy, la impresión que me deja la dinámica de nuestra sociedad es de que nos
alegra más la derrota ajena. ¿Cómo vamos a progresar si somos incapaces de dar
ánimo, de apoyar lo nuestro, de identificar fortalezas y apropiarnos de ellas? ¿Cómo
va a destacar nuestro liderazgo global si la forma de señalar fallas es
satanizándolas?
Una mala actitud es como una
llanta ponchada: no se puede avanzar a menos de que se cambie. He llegado al
convencimiento de que es mucho, muchísimo, lo que podrían aportar los miles y
miles de ciudadanos que reclaman y se quejan de la situación del país, del vecino,
del planeta.
Por ello, insto a toda esa gente
valiente, madura, inteligente, pensante, dotada de múltiples recursos, a que
transformen sus malas actitudes en liderazgo global hecho en Costa Rica. Los
invito a que pongan a buen uso sus talentos, la riqueza que encierra vivir en
nuestro vergel bello, y las múltiples libertades de las que se goza en nuestro
país, para que innovemos la forma de hacer las cosas.
Einstein advirtió hace décadas
que no saldríamos de nuestros problemas pensando de la misma forma como lo
hicimos cuando caímos en ellos. Pensemos diferente. Veamos hacia delante. Si
encuentran una forma más eficaz de solucionar problemas públicos, tomen la
iniciativa y háganlo. En eso consiste la innovación social. De eso se nutren
las organizaciones no gubernamentales. Así surgen los emprendimientos más
eminentes. Sobre todo, de ahí nacen las mejores políticas públicas: de las
mejores prácticas que hayan sido puestas en marcha de manera exitosa, fuera o
dentro del país.