Cómo aguantamos los costarricenses el estado de embotellamiento en el sistema de transporte vial, es una gran interrogante que me he planteado estas últimas dos semanas desde que regresé al país.
Recorrer en carro cinco kilómetros en 45 minutos es la misma velocidad
que si caminara. Viajar en bus en hora pico es terrible. El humo de los buses
penetra por las ventanas abiertas o por rendijas, y si llueve la situación
empeora dramáticamente por el vaho que despedimos los pasajeros con las
ventanas cerradas.
¿Qué
estamos esperando? ¿Que los problemas los resuelva el gobierno? ¿Cuánto tiempo más podemos o queremos esperar?
Prefiero actuar. Por eso comparto esta idea de solución de transporte público que podría transformar nuestra ciudad
capital en tres años. En
apenas tres años.
Imagínese un monorriel que viaje a unos 6-8 metros sobre la carretera,
apoyado en pilares de apoyo centrales que ocupen menos de un metro cuadrado
cada uno a lo largo del trayecto. Sería un trencito de dos vagones, con aire acondicionado,
cómodos asientos y buena conexión a internet, además de ventanas panorámicas
para disfrutar el paisaje montañoso y volcánico del Valle Central, algo que
agradeceríamos tanto los locales como los turistas que nos visitan.
El monorriel pasaría cada tres minutos y viajaría a una velocidad que
garantice hacer el recorrido deseado más rápido que en carro a cualquier hora
del día. Iniciaría a las 4:30 am y haría un último recorrido a medianoche, como
en muchas ciudades desarrolladas del mundo.
Las primeras dos líneas recorrerían desde Ochomogo hasta Ciudad Colón
con paradas cada kilómetro y medio (habría que caminar unos 800 metros como
máximo para llegar a la estación más próxima a lo largo de la línea). La
segunda línea saldría del aeropuerto Juan Santamaría y viajaría por Santa
Bárbara de Heredia, Heredia centro, San Pablo, Santo Domingo, Tibás, Uruca, La
Sabana (donde se cruzaría con la primera línea) y se enfilaría hacia los
barrios del sur: San Sebastián, Desamparados, Aserrí.
Esto desahogaría las calles, en especial en hora pico, pues sería el
medio de transporte más eficiente, cómodo y seguro de la ciudad. Además, el más
barato (y gratuito para estudiantes de escuela y colegio, para ciudadanos de
oro, accesible para personas con alguna discapacidad, etc.)
También, permitiría transformar en vías peatonales unas 60 a 80
cuadras del casco central de San José y promover innovaciones sociales como el
préstamo de bicicletas, comercio de artesanías y otras ventas callejeras
ordenadas y salubres, actividades artísticas y culturales, ferias agrícolas
permanentes, y llevar más dinámica social, comercial y residencial al centro
histórico de la ciudad.
Por si fuera poco, aumentaría de inmediato la competitividad del país
ante otros países vecinos con quienes competimos a diario en atracción de inversión
extranjera directa. Trabajar y operar desde San José sería más atractivo que en
cualquier otra ciudad de América Latina.
Durante mi gestión diplomática en Japón, fui testigo del creciente
interés de las autoridades japonesas por el eventual ingreso de Costa Rica a la
Alianza del Pacífico. El Ministerio de Economía, Comercio e Industria contrató
a una empresa consultora de renombre global para realizar estudios de
oportunidad para la inversión pública en los países miembros de dicho grupo, incluyendo
Costa Rica.
Antes de su primera visita a Costa Rica, hablé con los consultores y
les pedí prestarle especial atención a dos sectores: transporte público en la
Gran Área Metropolitana, e internet inalámbrico de banda ancha para telefonía
celular de punta. Al regresar a Japón, sus estudios confirmaron la necesidad
que existía en San José de un transporte público urbano moderno, eficiente, de
excelente calidad, así como de un mejoramiento en la infraestructura de
telecomunicaciones para el usuario.
Antes de su segunda visita a Costa Rica, les conversé acerca de la
posibilidad de invertir en el monorriel que describí arriba. Un proyecto de
este tipo costaría unos US$2000 millones (o menos de cuatro veces lo que iba a
costar la ampliación de la carretera a San Ramón que, al final, ni se hizo). Lo
amortizaríamos en unos cuantos años con solo ahorrarnos buena parte de la
factura petrolera que gasta el país cada año para comprar crudo del exterior.
¡Ni qué decir de lo que se limpiaría el aire de la ciudad!
La situación actual del gobierno japonés y su política económica
denominada Abenomics ha abierto
múltiples canales de inversión en el extranjero para promover sus industrias y
tecnologías. El estrecho acercamiento que Japón ha buscado con la Alianza del Pacífico
significa una oportunidad histórica para Costa Rica en sus relaciones con
nuestro más viejo amigo y socio en Asia.
Darle seguimiento a esta iniciativa no depende del gobierno. ¡Depende
de los costarricenses! Compartamos esta visión. Si una masa crítica de nosotros
estuviéramos convencidos de que esto es útil, necesario, realizable, y que le
agregaría valor a todos los habitantes de la ciudad, entonces el gobierno no
tendría más remedio que escucharnos, que emprender en esa dirección, que crear
el valor que el propio pueblo está indicándole.