En medio de la consternación
generalizada por el informe presidencial de los primeros cien días de gobierno,
tuve el enorme placer de participar este día en el taller de diseño de experiencias
en la Universidad Veritas, invitado por la Universidad para la Cooperación
Internacional (UCI). Expositores nacionales y extranjeros, todos de calidad
mundial, deleitaron a unos 200 jóvenes costarricenses sumamente preparados y
curiosos por aprender más sobre las técnicas más avanzadas de diseño de
experiencias para usuarios de productos y servicios.
Como consumidor que soy de
nuestro sistema democrático, incorporé valiosos aprendizajes para mejorar la
prestación de servicios que ofrecen incontables instituciones públicas del
estado costarricense, muchas de las cuales han caído en la obsolescencia o padecen
de ineficacia crónica.
Me ha parecido, desde meses y
años atrás durante mi participación en la función pública, que la nueva
democracia participativa del presente siglo demanda de la ciudadanía mayor
iniciativa y capacidad de gestión en la atención de problemas públicos.
Si bien es cierto que en los
últimos 200 años la civilización humana ha evolucionado aceleradamente en
diversas áreas tales como medicina, tecnología, educación, infraestructura,
agricultura y ciencias, en materia de gobierno seguimos utilizando
instituciones y políticas que han cambiado poco en ese mismo plazo. Para peor,
la dinámica de las sociedades humanas se ha sofisticado vertiginosamente y los
conflictos tienen hoy mucha mayor complejidad que cuando se diseñaron aquellas
instituciones y políticas. Necesitamos avanzar.
En Costa Rica estamos viviendo
una situación histórica –por inusual- en materia política. Contamos con un
poder legislativo disgregado en una amplia gama de minorías; con un poder
ejecutivo conformado por un partido político emergente y primerizo; con un
poder judicial que facilita la obstrucción de proyectos impulsados y aprobados
por grandes mayorías, violentando principios democráticos constitucionales; con
un déficit fiscal grave y creciente producto de bajas tasas impositivas, de
recaudación ineficiente, de alta evasión, de alto gasto público, y con
inadecuados incentivos para la inversión, la innovación y el crecimiento
económico.
Todo este escenario de crisis me
recuerda mis años en China y Japón, donde el término “crisis” se escribe con
uno de los mismos ideogramas del término “oportunidad.”
No basta con salir a pedir manos
a la obra. Se necesita buenas ideas. Se necesita conceptos claros que nos
permitan alcanzar entendimientos y acuerdos. Se necesita de planes de acción.
Sobre todo, se necesita de una actividad política por proyectos, donde varios grupos
de personas gestionen transversalmente entre sectores público, privado,
sociedad civil organizada, académico y de ciudadanía participativa, el avance
de temas específicos en áreas críticas para el desarrollo del país.
Adonde queremos llegar, como
nación civilizada, es a niveles de desarrollo cultural que nos permitan mejorar
la experiencia de vivir en Costa Rica y aumentar el bienestar, la calidad de vida,
el entusiasmo, la confianza, la seguridad y la prosperidad para todos.
Para llegar allá, ya no podemos
seguir intentando resolver los problemas por las mismas vías como repetidamente
hemos fallado en el pasado, como advirtió Einstein desde hace décadas. Los
períodos presidenciales son demasiado cortos para lograr transformaciones
profundas que requieren del largo plazo para gestarse. Los incentivos que tiene
el sistema electoral obligan al partido en el poder a gobernar siguiendo el
termómetro de la opinión pública. La prensa tiene una participación mayoritariamente
reactiva, no proactiva, ante las necesidades de comunicación, y el consumo de
aquella información en las redes sociales magnifica asuntos de poca monta que
sólo aumentan el ensordecedor barullo del reclamo, del berreo, de la crítica
destructiva, de esa violencia cada vez más manifiesta y menos solapada que
expresamos en redes sociales, nosotros, costarricenses, hijos y nietos de un
país desmilitarizado y pacífico. Deberíamos escuchar más de lo que hablamos si
queremos forjar acuerdos vigorosos y duraderos.
La experiencia que tuve hoy en
el taller de diseño de experiencias me llena de entusiasmo y de ilusión. Me
permite imaginar y visualizar un futuro realizable en el término de nuestra
generación; quizás en el transcurso de la actual administración. Me permite
renovar mi ya de por sí inagotable optimismo por un futuro más próspero y más desarrollante
para los habitantes de este noble pueblo.
Albergo la esperanza de que ustedes, amigos,
vecinos, colegas, compañeros y aliados en diversas campañas, también opten por
una actitud positiva, constructiva, madura, sensata, sobria, seria y desarrollante
ante la tremenda oportunidad que se nos presenta hoy más que nunca, para
revertir las tendencias degradantes que reducen el riquísimo capital social de
esta nación, y nos enrumben hacia el progreso que todos anhelamos, aspiramos y
merecemos.