Imagen de pantalla de www.worldometers.info al 31 de diciembre de 2015 a las 18:00 GMT. |
Termina un año más de una gigantesca
huella del ser humano en el planeta, lamentablemente muy negativa. Hay algunas
razones para reavivar el optimismo en los albores del 2016. Algunas
estadísticas indican que 2015 vio reducirse la cantidad de emisiones de carbono
en el planeta en función al crecimiento económico, lo cual confirmaría una
tendencia sugerida ya en 2014, cuando se mantuvieron las emisiones pese a que
la economía global creció. Pero ese no es el punto. El punto es que todavía
estamos vertiendo cada año más de 35 mil millones de toneladas métricas de un
gas altamente tóxico que permanecerá en la atmósfera por siglos, como resultado
de la actividad humana acumulada en todos los rincones del planeta. [Para poner esa cifra en perspectiva, una
tonelada métrica de carbono llenaría una esfera de diez metros de diámetro y si
entráramos en ella moriríamos en menos de diez minutos.]
A estas alturas del siglo XXI,
ya nadie pude negar, cuestionar ni pretender ignorar el efecto de la
civilización en la atmósfera, precisamente esa burbuja que reúne las
condiciones para sostener la vida en la Tierra, el único planeta en el universo
conocido del cual tenemos prueba científica que existe la vida misma.
A esta, mi generación, que ha empezado
a liderar la toma de decisiones públicas y privadas de mayor impacto en el
mundo, le es urgente colocar en la cima de su lista de prioridades estratégicas
la innovación y el diseño para reinventar todo el quehacer humano y encauzarlo hacia
un nuevo paradigma de desarrollo regenerativo. El mismo sugiere crear y
distribuir riqueza económica mientras recuperamos el capital natural, que es la
fuente de todo insumo y materia prima para la producción agrícola, industrial,
digital, de servicios, y además, el sustento para que florezcamos y coexistamos
todas las especies que precisamente enriquecemos y retroalimentamos ese mismo capital.
Este es el único y verdadero escenario de ganar-ganar.
No sugiero que abandonemos el
capitalismo, el consumismo ni el hedonismo. Allá cada quien con sus ideologías,
ideales y valores. Sí es de acatamiento obligatorio el apego irrestricto al
principio ético de la sostenibilidad, de manera que quepamos todos los seres
vivos en el planeta para siempre. Ningún negocio puede existir en un planeta
muerto y no tenemos un plan(eta) B.
La acción climática que requiere
la Tierra no es responsabilidad e interés de unos cuantos. Todos, sin
excepción, somos tripulantes de esta nave que viaja a alta velocidad alrededor
del sol, dentro del sistema solar, en una galaxia de entre billones en un
universo que se expande aceleradamente. Debemos aprender rápido e implementar
políticas públicas y privadas que resulten en un desarrollo regenerativo, pues
no hay nada más importante para ninguna organización humana racional, sensata y
sana –ya sea corporación, escuela, culto o familia— que garantizar su existencia
en el tiempo más allá de la vida de sus miembros actuales.
Más de esto es lo que
necesitamos con carácter de urgencia, quiero decir, cuestión de vida o muerte.
Sé que el 2016 traerá mayores desafíos climáticos y una realidad más chocante,
pero también un liderazgo más auténtico y eficaz en procura de soluciones. No
es difícil de lograr la transformación requerida, pero es ciertamente imposible
si no lo intentamos.
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