20151011

Cuarenta y uno en Barcelona

Eran las 20:24 del domingo. Faltaban seis minutos para el pitazo inicial y Aiko seguía cantando y pidiendo, otra vez, que tocara "El toro enamorado de la luna" en YouTube. 

Cuando llegué al pequeño restaurante de "schawarma" cruzando la calle, ya iban 18 minutos de partido y Benzema ya había convertido el primer gol. Mi hermano me había advertido de "no andar celebrando goles del Real Madrid en Catalunya". 

Me anuncié al cruzar la puerta con un tímido "buenas noches" y esperé un instante a ser ubicado. Como nadie me atendió, me senté en la barra, muy cerca de la puerta y frente al cocinero, quien resultó ser, además, bartender, mesero y dueño del local. Me tomó la orden y le pedí un agua mineral Vichy catalana, lo que he tomado todo el fin de semana. 

"De dónde eres?", le pregunté. -"De Siria". -"Salaam eleikum", le repliqué, a lo que contestó con un alto y melodioso "wa eleikum essalaam!" Con ese saludo de paz nos hicimos amigos. 

Apenas dos minutos después de sentarme, tres torpezas consecutivas de Sergio Ramos devinieron en penal para el "puñetero Aleti". "Griezmann tira, Navas para... Griezmann tira, Navas para..." La voz de Mario McGregor retumbaba en mi cabeza imaginando la narración de "la doble M". Hice un acto de fe como muchos que hice con Keylor en el mundial de Brasil el año pasado. Vamos Keylor, tranquilo. Fuerza Keylor. Es sólo un penal. Usted ya estudió a Griezmann. Atájelo, papá. Atájelo. Atájelo. Atájelo, atájelo, atájelo...

Cuando Keylor desvió el tiro, salté de la silla y grité "¡grande, Keylor!", como si estuviera en una chicharronera en Moravia. Las trece personas del lugar me volvieron a ver. Había roto la armonía de una cena familiar de noche de domingo, en un pequeño restaurante en el "carrer" Mozart, en el barrio Gracia. Para peor, fue un grito a favor del Real Madrid, no muy querido en Catalunya. Decidí guardar la compostura. 

Hacia el fin del primer tiempo, entró al lugar alguien que saludó, "buenas noches, salaam eleikum". Me volteé a ver quién era. Un hombre fornido y alto, vestido en una larga túnica y "kufi" azules, típicos de África occidental, caminaba lentamente deteniéndose a ofrecerle a los clientes algunas cosas que vendía. 

Cuando llegó a mi lado, le pregunté, "de dónde eres?" -"De Gambia". De Gambia, pensé. Qué hace una persona de Gambia, vistiendo sus ropajes típicos, mendigando por las calles de Barcelona? Debe haber sido una muy difícil decisión abandonar el terruño en busca de mejores oportunidades para prosperar. "Qué andas vendiendo?", le pregunté. Aunque no entendí lo que dijo, vi que eran encendedores y sacacorchos, ambos debidamente empacados en plástico en alguna provincia del sur de China. 

Tomé un encendedor y le pregunté, "cuánto cuesta este?" -"Lo que el señor desee pagar." Le insistí: "Cuál es tu precio?" Y él insistió: "lo que el señor desee pagar." Mientras él siguió recorriendo el resto del lugar, me saqué de la bolsa las monedas que andaba. Sumaban cinco euros. Al darle las monedas, me dijo que era mucho, así que me entregó también un sacacorchos. Nos bendijo a mí y a mi familia; que era un hermano, más que un amigo. "Pura vida, hermano", lo despedí, chocando mi puño grande contra el de él, mucho mayor. 

En el segundo tiempo, arreció el ataque del Aleti. Es un equipo que me simpatiza, desde el Cholo Simeone que lo dirige hasta el ímpetu bravío con el que juegan. Sobre todo, me simpatiza porque es el club de Andy, mi hermano, así que, aunque jueguen contra el Real Madrid que he seguido por 30 años, las alegrías colchoneras las disfruto como propias. 

Con Keylor en la portería soy un mal aficionado al Madrid. Quiero cerrar los ojos cada vez que el rival llega a su área. Contengo la respiración cuando le disparan. Se me hace un hueco en el estómago cuando le anotan. Y tanto va el cántaro al agua que al final se rompe, como dicen en Andalucía. Al minuto 83 le metieron el gol más malo que le han anotado al gran Keylor. Pero gol es gol, aunque sea de carambola, como el de Vietto. 

Por la ecstática celebración del Cholo sabía que no había terminado el ataque local. Unos minutos después, cuando el partido expiraba, Jackson Martínez soltó un derechazo entre un bosque de piernas, a media altura y pegado al poste de mano izquierda de Navas. Otra vez, contuve la respiración. Keylor voló, como volaba Miguel Segura, como volaba Gabelo, como volaba Porritas, y a mano cambiada sacó un tiro que era para gol. 

Otra vez desentonó mi grito. Esta vez, el cocinero también celebró y alabó a Keylor. "Buen portero contrató el Madrid", me dijo. "Es mi compatriota de Costa Rica", le dije, con el pecho henchido de orgullo. 

Terminó el partido, nadie perdió, y cumplí la advertencia de no celebrar goles del Madrid en Catalunya. Sí celebré dos tapadones históricos de Keylor Navas, héroe costarricense y ahora también madrileño, y quien me inspira a esforzarme cada día por ser mejor en lo que hago. 

Al pagar la cuenta, le pregunté a mi amigo, el cocinero, desde hacía cuánto tiempo vivía por acá. -"Dos años". -"Hablas muy buen español", le dije con sinceridad. Apenas sonrió. -"De qué parte de Siria vienes?", continué mi interrogatorio. -"De Damasco", respondió, sin mucha emoción. "Deseo que recuperen pronto la paz", me despedí, a lo que contestó, finalmente con emoción: "gracias, hermano!

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