20151116

Enajenación y civilización: de París para el mundo

La semana pasada estuve por un par de horas en un restaurante en République, el barrio parisino donde este fin de semana un bar fue escenario de un horrible episodio de brutal y letal violencia. Ayer me imaginaba en aquel mismo lugar corriendo despavorido desde mi mesita en el rincón, empujando sillas y mesas intentando evadir las balas, siendo golpeado y empujado por otros en la desesperada estampida, sintiendo los latidos del corazón en la garganta y  la adrenalina invadiendo todo mi cuerpo, enfocado en escapar de aquella infernal escena demencial, siendo alcanzado por una bala mortal y sabiendo que ese era el fin de mi historia: asesinado al azar, víctima de la enajenación que ha invadido a muchos hombres de mi generación.

La enajenación es el distanciamiento o pérdida de contacto con la realidad. Entre las múltiples causas que podrían conducir a ella están el consumo de drogas, el fanatismo deportivo, la ficción de los libros, películas de cine y vídeo juegos, la religión, la exclusión social, la violencia y toda forma de adoctrinamiento. Los perpetradores de estos atroces actos de terror, en París y en otros lugares alrededor del mundo, están enajenados.

No hay una causa o explicación simple. Algunos de ellos pertenecen a la “generación perdida”, muchachos que migraron a Europa siendo niños y fueron marginados por la sociedad. Desde el 11 de setiembre de 2001, los musulmanes en el mundo entero han sido injustamente estigmatizados como una cultura violenta con una religión violenta. Ellos crecieron bajo la promesa de un futuro más próspero pero la crisis económica más grande en décadas ha mantenido a millones de adultos jóvenes, educados y saludables, desempleados y desprotegidos. Han sido víctimas de violencia estructural, que es cuando un sistema desarmonizado inflige dolor y sufrimiento a un grupo de personas. La violencia siempre engendra violencia. Ellos se han convertido en reclutas idóneos de organizaciones paramilitares que están librando una guerra de enajenación. El así llamado “Estado Islámico” es el tipo más notorio, estructurado y poderoso de organización enajenada.

La civilización no es inherente a la humanidad. Como especie, hemos evolucionado sociopolíticamente hasta convertirnos en seres civilizados. Entre los valores civilizados, considero que la paz es el más precioso, forjado a lo largo de milenios, a través de culturas y generaciones que han visto y peleado largas y mortíferas guerras y han sido expuestas a niveles viciosos de violencia. En ese contexto, pido prestada la definición de paz de Galtung: la habilidad de transformar conflictos de manera creativa y empática. Esta es, en gran medida, la manera en la que muchas naciones alrededor del mundo lidian con conflictos. Desafortunadamente, ese aún no es el caso para todas las naciones.

Para quienes aspiramos a ser civilizados, tenemos la obligación de comportarnos y reaccionar pacíficamente, esto es, con empatía aún hacia los perpetradores -tan difícil como resulte- y de manera creativa en busca de soluciones para un conflicto que es más profundo y extenso de lo que nos gustaría creer.

No existe diferencia entre una matanza dentro de un teatro en París durante un concierto de rock o en una sala de cine en Colorado durante la proyección de una película de Batman. No existe diferencia entre un tiroteo en un bar en République y un tiroteo en una guardería de preescolar en Newtown, Connecticut. Los verdugos perdieron contacto con la realidad. Gandhi decía que las armas no son el problema, pues siempre había un dedo que halaba el gatillo. El problema yace dentro de nosotros mismos, en nuestras creencias, en la estrechez de mente y en la arrogancia que nos hace interpretar que estamos en lo correcto mientras otros están equivocados.


Sugerir que una particular religión es culpable por esto es equivalente a lo que hizo Hitler: estigmatizar y perseguir a los judíos durante el Holocausto, un genocidio que pertenece a un episodio incivilizado de la historia de la humanidad.

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