Nuestro país todavía es virtuoso por las decisiones que ha tomado y la forma como ha resuelto emprender por esa senda tan peculiar de desmilitarización, democracia, salud, educación, conservación ambiental y diversidad cultural.
Nos encontramos ante una encrucijada. Los liderazgos se han desgastado, la confianza se ha debilitado, la armonía se ha extraviado. Eso nos resta eficacia para alcanzar nuestras mayores aspiraciones.
Lo que somos hoy es el resultado
de lo que forjaron quienes ya no están. La principal encrucijada que nos
convoca es de carácter generacional. No de edad, sino de personas preocupadas y
activas hacia el porvenir de la nación. No todos aportarán igual, pero todos
podemos aportar más.
La mejor Costa Rica se encuentra
en la imaginación de su gente. Conquistarla requiere de mucho trabajo, humildad
y sacrificio. Sugiero que es más fácil si lo intentamos entre todos. Alcanzaremos
así masas críticas de líderes entusiastas y pujantes que asuman el desafío como
estilo de vida por los próximos 30 años. No hay pócimas ni varitas mágicas ni
mesías de turno.
Dice Edmund Burke que el mal prevalece cuando los seres humanos de
bien no hacen nada.
Apelo a esa inquebrantable fe
que tiene nuestro pueblo para que lo saquemos juntos adelante. Aquella fe de
creer que todavía en el último minuto puede caer el gol. Aquella que mueve
montañas o que, en una noche como hoy, convoca al pueblo a pie para partir el
Ochomogo por la mitad. Ese peregrinaje es la muestra más vigorosa del carácter
costarricense.
Requerimos de esa convicción de
espíritu y fortaleza de carácter cada noche y cada día para limpiar, por medio
de la virtud, todo lo que se nos ha ensuciado.
Los invito a que colaboremos
creativamente en procura de la Costa más Rica que podamos imaginar.
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